Atar es imposible

octubre 16, 2011

Quiero invitarlos a la presentación del libro de Laviga

«Atar es imposible»

de Paula Carman

que es Laviga que es Paula Carman que es Laviga y así…

(hasta el Ragnarök)

Será el próximo sábado 22 de octubre a las 19 hs
en el Centro Cultural Runa Wasi
Jufré 705 (esquina Gurruchaga)
Palermo – Buenos Aires

Con contratapa escrita por Alejandro Dolina pero sin prólogo

(porque el único prólogo que le iría está desarmado
en cada uno de los 8.648 comments que se escribieron acá
en este blog)

Y también sin dedicatoria

(porque quién podría superar a Juarroz con su genial
«A casi todos, a casi nadie, pero a ti»)

Yo digo entonces:

«a vos»

y digo Gracias
y los invito y firmo «Laviga»

(que es Paula Carman que es Laviga que es Paula Carman y así)

Hasta el Ragnarök.

Cuidate:

junio 12, 2011

de la receta que anda dando vueltas
del marco del conocido
de ese que un día se acordó de vos y te buscó y te terminó encontrando
de los martillos neumáticos
de lo que permanece inmutable sin el menor deterioro y con su brillo intacto
de la equinoterapia
de la primera muerte
de la notita alentadora
de las cosas que flotan en el café con leche
de quien tiene una obligación moral con vos
del infierno alternativo
de las ciudades sin raíces
de los nenes bien
de las nenas mal

Ahí vienen los tres eternos, huelen mal, azules, mueven sus últimas maniobras vacías de algo ¿dignidad? probablemente (los toscos entran como orugas por las tumbas. Por todas. Y que nadie se atreva, o se mueva, o…) Entonces: tres, tres que comían sus ambientes hasta la puerta, hasta la última vértebra del último esqueleto. Las vértebras del secreto, las del terror de la cebolla destronada de su ser aromática. Sacan sus palabras mágicas: “éste es un guante, no una mano” (la imagen agrieta la chispa que destruirá para siempre este infinito tan inoportuno). Los tres, decía, de lentes oscuros, recién despiertos de la carne (la nunca sacerdotal) leen “El As de Oro” y entran al restaurante, en hilera y le dan al gospel. Todo lo metabolizan así. “Hay que darle más luz a los nichos del conjuro para que la asfixia sea deliciosa”. Algo así dice la letra.

(en realidad esta historia es un castigo (como la palabra “éramos”))

Cuando en todos los cementerios cercanos al horror y al prurito en los tentáculos se oigan esas letras ya no habrá órdenes en voz alta sino una tranquera transparente y el apretar de la carne hacia el examen. Saldré cabeza en alto y doblaré la apuesta, la esquina, su botamanga, su bocamanga, su bocamarga (Dios comienza, a veces, cuando se cierran los impulsos, la fiebre, la noche interrumpida por el sueño).

(y por el debajo del sueño de cuando se (¿el amor?) les daba, uno de los tres recorta a otro (el sufrimiento, inútil que parece! (y sin embargo)) fotos que por el tiempo van muriendo, cortadas, re cortadas… y en lugares infames)

Rodar a sus pies como a punto (la noche entera moviéndose hacia el sufrimiento inútil que nadie sabe todavía). Uno hace un pacto de calma. Respirar. Exhalar de los cuerpos la necesidad, inhalar resistencia (en realidad respirar es no huir de cuando todo parecía posible), ajustar esa sensación extrema que ofrece la claridad con el apogeo de la belleza del agua que se pudre. ¿Pero por qué aparecen estas señales en la noche? piensan ¿De quién nacen? se preguntan ¿A quién señalan?
A la puerta (que ahora ya es tranquera tranquerita). A la puerta que ahora ya es señal de Alto Cuidado Cuidate Querete Achtung Warning Gefahr Ojito Vorsicht Attention.

Ojete.

Señales enteras moviéndose hacia el calor contra natura, vestidas contra la tierra y contra cualquier otra cosa que no avance (por mucho que flotan sobre un sentido, sabemos nosotros que todo colapsa, desde ser el amor que nos hace tantos en medio del se ha roto hasta ser el que cruza y hace imaginar a los demás que nadie sabe de grados pues no existen los grados desde lejos de las fiebres).

“No cruzar la mirada sin soplarle a la memoria esos restos de cal viva». La distancia que fingieron para caer del nosotros, para no ver el sin volar de los cuerpos. Distancia para reaccionar a ambos lados aunque igual los dos resulten ser nada. Distancia en el mes de la luz (luz que habla de ser ni los impulsos ni las manos, indignadas de habilidad, como aquellas que pañuelo en zamba, que parecen, que de pura tristeza, que alejamiento, que vuelos del latido de estos tres pobres salvajes).

Un pacto y un sueño de agua interminable que el sonido amontona en filas hacia un único golpe. Ser cuando la voz y la suerte (la mucha suerte (esa sensación extrema de agua de baldeo evaporando los temblores de la casa)), cuando el milagro del viento y del seguir siendo solo salvajes que se consumen. Tres. Tres eternos. El pacto y la distancia a tiempo. Eso que no se llora porque uno ya no es pasto creciendo debajo de una única piedra.

Decía: Tres. Tres, y que las cosas se desarman de a susurros (¿qué hace una sábana colgada a mitad de mi sueño?), susurros que aumentarían dramáticamente si fuese aceptable la caldera de caricias (caricias amargamente entibiadas con datos de otras tierras). No tardaría (¿cuál de los tres?) en buscar paliativos que no se agoten (me informan acá que uno de los tres ya ha vuelto por ayuda que salve de la ayuda de quien da lo innecesario desde detrás de la antes puerta ahora tranquera pero siempre siempre siempre siempre siempre malherida).

No estarían bien el túnel de un cigarro, un sorbo de complicidad (o de algún otro trago) ni el intercambio de la dualidad todo/nada, esa estancia en donde algunos solemos movernos y donde menos sentido tienen la mar de posibilidades.

(¿qué han hecho con las flores que ahora cambian su esperma hacia el aire agotándose en forma de azúcar entre las ramas?) Somos estímulo y pasillo de normas. Estaría bien vivir entre pastos y fotos recortadas sin importarnos de la pasión oculta. Los labios acabarían cediendo, desprendiéndose. La inercia de sacarse los ojos, mismo pájaro, misma noche, en mitad de la misma mismísima muerte. Mismo y cada día (cada noche) más capaz de cosechar puertas desde su propia y privada ¿privada de qué? eternidad.

Enciende uno cada pensamiento que descarrila en esperanza. De a tres. ¿Qué hace la fertilidad con la verdad? ¿Qué hacen olfateándose los besos los sonidos con forma de costumbre? Tengo en formol ese punto radical en el que se odia en el deseo. Persisten en esa cal los troncos y debajo del polvo, en su frontera, los sexos (justo antes de ponerse unas cabezas sin pasado, sin familia ni más besos inútiles e intermitentes) para darle continuidad a las condenas.
Cuando sea tiempo de otro árbol no tardaremos en la locura. Uno: La presión por conocer la vereda del paria, la de lo evidente con su agobiante anatomía. Dos: Mil figuras ejerciendo presión para manejar sus patéticos intentos por huir. Tres: Mil figuras para manejar el modo de dejarlo suelto.

Aceptábamos, pensábamos que ¿de cuántos náufragos en posición de pronto, además de otras preocupaciones, contábamos para hacer lo declarado? Y esas ansias de hambre por encima de la atadura de las manos. Desviar la normalidad, sin dudas, revolcándose en la pulsión, roces en la partida, así sin pensar en perder jamás, traspasando de manera superficial por aquellos instantes de reflejo hostil que encogían de miedo.

(¿Miedo? Miedo del carisma de su cabeza: fogonazos de creer haberla dominado… (esperaba un pequeño universo de alguna razón hacia unas libertades que ya nunca más) ¿Puede sentirse el miedo? ¿Miedo? Miedo del cartílago. Un alarido que mordía el sí. Estaba soñando pero quiso y no se detuvo porque tan cerca que sentía y ahí ahí ahí los párpados parecían soldados tallando espectros, lagunas, poros (y hasta aspirinas!!!) sobre lo sutil (que siempre acecha).)

Contando esto me siento con tanta autoridad, tan seguida en metros. Flexiono las razones desde el pezón de mi ojo, entre los grumos del pellejo, les ofrezco un universo a su antojo. Creo que el ritmo en el paso podría haber resultado desesperante pues duele cuando se empieza a esperar de joven, afuera de la normalidad, revolcándose en la gente con esos carteles que piensan, porque no puede ¿quién puede? actuar la versión segura.

Conseguía verlo antes, consigo ahora. Al parecer el principio es mí color favorito entre las teclas de pluma. Invento un hueco a colorear describiendo la vergüenza que da el pensar en darse en donde aún no es seguro el quiero. ¿Crecer de este sollozo completo, volverse un continente al descubierto y enfrentarse al enfrentarse o al revés? No encuentro doctrina. ¿Como darse a conocer con bordes mientras uno se ajena?

Escribiendo (con bordes) mientras avanzo con el recurso como interrogante, como defecto reemprendido ¿cuántos hay, de los tres, con esta rabia ahora? ¿Todos, los tres, en el mismo retrato del mal hábito? ¿Cuántos bordes necesitaban ayer (cuántos hoy) para llegar a la acabada conclusión (y con cuánto humo)? Complejo.

El día terminó consumado en un montón de avenidas a las que amoldarse. Desaparecido del pleno arrepentimiento, con total conocimiento de que, en toda la cartera, juntaron (entre los tres) algunas dudas apacibles, tres envolturas para construir un señuelo y un lápiz de ser. Toda esa cosa de extrañarnos indivisibles y lluviosos, todos los agostos periódicos, lo nuevo sin ningún quizás, el donde no doler como el que más, como el mismo sacro vacío que expulsa y no me cabe adentro ensartado en la conducta de este vos/sin vos, de este complicado caos, toda esa cosa de los tres… ¿Fue así siempre? ¿Adónde se habrán quedado los ojales?

Una simple sombra, un empujón del animal hacia el brazo. Torturas que nos marcarían. La semilla al costado, junto al salvo, al cuidado con comprobar el punto que pudo y fue su derrota.
Apretó (no pude evitar sentirme ofendida por entonces). Tenía que contradecir abiertamente o mis tuétanos, porque por alguna razón la gente desconocida o no, contradice lo poco de las dos caras para que al menos no nos toque esa, la llena de la rabia. Contradije y alcancé un tejido más, un nivel más antes de dar este examen (sin ningún problema, en la misma cama y planeta de siempre, a los codazos con el vacío y con la idea de las formas intercambiando cortadas) Dos: ¿con el acto arriba? Uno: ¿tan falto del piano?

Esquinas quitándole sintonía, lluvia de cuerpos quitados del cartel (viral, presencial… cualquiera, todos, todo lo que se pueda seguir arrastrando con los puños)

En cubierta XVIII

octubre 18, 2010

¿Adónde quedó aquel entorno salvaje y libre en éste, nuestro viaje en el que nadie conduce?

En la pugna entre la intransigencia y la reducción, entre creer y someternos, o resistir y subtitular cada una de las cosas que nos siguen sucediendo en el barco, se concentra la mayor incertidumbre.
Ya hemos aprendido que la memoria no nos sirve de mucho en cubierta. La realidad improvisa con nuestra rutina y cambia a diario sus secretos de manera que lo que ayer nos resistía, hoy forma filas de nuestro lado en el combate y viceversa.

El agua ha venido bajando a un promedio de casi dos anclas diarias y aquel peñón al que todos quisimos sentir con los pies, y sobre el cual ese mareo que produce lo inmóvil nos resultó agradable, hoy nos muestra su cuello de piedra y, mientras se recupera, se eleva y se vuelve tan inalcanzable como antes, cuando sumergido, o como mucho antes aún: antes del agua.

La breve visita a lo firme apenas alcanzó para extraer de entre las piedras algo de barro que, puesto a secar, nos dará tierra suficiente como para que el viejo pueda morirse de una vez. Será sepultado en un cajón lleno de tierra. Como un vampiro. No habrá vendas ni buitres ni crisantemos. Sólo serán necesarios algunos clavos para que no puedan escapar los gusanos que saldrán de su boca. Será extraña y breve, pero concurrida, su tumba.

Esta tarde mientras recogíamos el primer tramo de la segunda cadena le he preguntado al capitán si no cree que adquirir cada día como algo lógico lo que cada día sucede, los cambios, es decir, si esta adaptación sobreexagerada que hemos desarrollado no hace que lo que cada día sucede no se resigne y suba la apuesta con otro guantazo como en un duelo de nunca acabar pues – y de esto sí que estoy segura y por eso el énfasis sobre un tono al que antes jamás me hubiera atrevido- ya no hay, ya no quedan en esta batalla rastros de aquella indiferencia amoral a la que la naturaleza nos tenía acostumbrados el tiempo anterior al agua:

– ¿Antes del agua? ¿El tiempo en el cual nadie nos miraba? Ahora por fin hay algo que nos mira. ¡Que nos mira y actúa! Y nosotros debemos responder en consecuencia. Esta es una oportunidad única ahora que nada está quieto, ahora que nadie está del todo en este lugar. ¿Cómo no fortalecernos y llenarnos de esperanza? ¿Qué podríamos perder que no hayamos perdido todavía?

El capitán aún no entiende que se acerca el final del cuento. El más triste final que pueda existirle a un cuento.

En cubierta XVII

agosto 30, 2010

Levadura o indolencia ante la intensidad?
Salvo mi Capitán, todo es tan vulgar! Los sueños, nosotros, el barco. Somos tan vulgares! Al Capitán, al menos, los sueños le mantienen apretada la razón. Durante el sueño, él se informa.
Él tiene la habilidad de recopilar argumentos durante cada inevitable y absurdo trámite nocturno.

Hoy he comenzado el día sin mirar el cielo y, sin chequear el clima, me he puesto a escribir este lamento de cordura en mi cuaderno que juzga todo con el mismo asco con el que juzgaría un espejo a una cosa que se pudre.
Los arreglos y reparaciones que los hombres han realizado no han sido suficientes más que para evitar que el barco se vaya a pique. Será imposible seguir navegando sin repararlo del todo y por eso el Capitán ha ordenado fondear cerca de uno de los islotes de arcilla, piedra y barro que han comenzado a aparecer.
Desde mi puesto y junto al gato, que mastica algo que no logro distinguir, veo a todos corretear alborozados de un modo que, de tan ajeno, me resulta exasperante.

(el gato gris se ha vuelto fiel a costa del frío y del hambre al que he comenzado a someterlo. Ya no le permito mi cama y le ofrezco a diario sólo la mitad de los restos de mi comida mientras que la otra mitad se las arrojo en secreto a las ratas. De tanto verlo actuar he aprendido que su fidelidad durará sólo el tiempo en el que el frío y el hambre no sean saciados por completo)

También veo al hombre de las sogas, que continúa impasible sosteniendo su agonía del brazo de su mujer.

(la ausencia de palabras como «sosiego» o «campo» hacen que cada día me resulte más difícil glosar al barco y a sus ocupantes, pero anoche soñé que si dejaba de contar esta historia podríamos desaparecer todos (por eso de que si no se puede decir, cómo es que existe) y hoy he sentido la obligación de volver al cuaderno que nos hace quiénes somos y continuar)

(dormir nunca es una buena idea, uno puede terminar soñando y amanecer aterrado a una nueva -y mucho peor- urgencia)

Hace unos días, el Capitán tuvo la deferencia de acercarse a la mujer:

– Cómo puedo hacerle a usted más suave este martirio? Pueden pasar semanas hasta que por fin consigamos extraer, de entre las piedras y la arcilla, el barro suficiente.
– Olvídelo. Lo de mi esposo no tiene remedio. Él ya ha visto la tierra y su muerte ha comenzado. Le informaré que harán falta unas semanas y sabrá esperar.

(La “tierra”, dijo? que el Capitán «lo olvide», «sabrá» esperar? No entiendo cómo el Capitán no la arroja por la borda.)

A veces no encuentro la expresión justa y entonces me detengo unos minutos hasta que logro convencerme de que no es necesario completar todas las imágenes con palabras, pero mis sentimientos y la cara de esta mujer mientras decía “no tiene remedio” quizás merecerían un esfuerzo especial, esfuerzo que hoy no haré pues, a pesar de la intensidad contenida en ambas cosas, para mi cuaderno resultan irrelevantes.

(Ella parece no saber que cada uno se derrumba y cae sobre lo que es (como un mechón cortado del pensamiento de otro) y que, ni bien uno de ellos dos muera, caerán el uno sobre el otro (y sí, ella también) hasta siempre, o hasta que el siempre también caiga sobre el nunca y así…)

(No. Me corrijo. No dijo muerte. Dijo ilusión. Dijo ”su ilusión ha comenzado”. Creo que ella nunca utilizó la palabra “muerte”. Para ella seguramente «muerte» sea una palabra tabú como «crudo» o «poesía»)

Pero sí pudo decir «tierra» la muy estúpida.

(sabrá el gato que algún día él también morirá? (y sobre quién elegirá caer con todo su gris para girar juntos hasta siempre, hasta nunca y así?))

Mientras bajo, veo cómo los pasajeros se apiñan para participar de las maniobras con el ancla oxidada y cómo pelean por un lugar en el bote que los llevará a conocer el peñón.

– Tierra! – gritan entre babas y carcajadas.

El Capitán me dice al oído: “Hemos llegado a la cima de todo. Es hora de empezar a descender”

5 Años

junio 29, 2010

266 Posts, 8.576 comments, 48.884 visitas

A las decenas de amigos que poblaron y pueblan, que hicieron y hacen conmigo este blog
les deseo

(con agradecimiento infinito)

Feliz Aniversario!!!

28/6/2005-28/6/2010

Arenaque

abril 26, 2010

Si cuando mi pie tropieza, la luz no lo rescata, entonces, es como si nunca me hubiese caído.

Pensar en no pensar, esa es la cuestión.
Los pocos que somos nos vemos los anversos y a veces ni eso. Ahí es donde el afecto cuida la simbiosis.
Sin embargo uno bien puede ser único. Ser el único y el mejor público de uno mismo.
Sólo hay que saber cuándo dejar de mirar.
Saber ser público púdico.
Respetable púdico.
(las impudicias y el cinismo se presienten a no ser que uno sea primerizo y está claro que uno ya no lo es, no a esta altura)

Y así se siente y así se actúa. Sin querellas ni Pompeyas virulentas, ni jugos ni manifestaciones. Apenas una declamación leve cuando alguien pregunta con insistencia sobre qué fue del paredón.

– Y después?
– Ya nunca.

(-y no, no es desdén)
(-entonces?)

Posiblemente sea imposibilidad de dolor ante la facie.
(y eso ya es decir demasiado de mi gentileza pues mi cabeza bien podría hacerse a un lado de la pregunta como hacen las bocas que no van temblando de cariño hacia el famoso robo adolescente o alguna bofetada)

-Pero hablemos de vos. Contame cómo es tu realidad.
-A mí me tocó la de buscar entre un mar de adverbios cuál trastorna mejor la verba. Por ejemplo: “Yo te quiero…”
(tanto, lejos, siempre, mucho, bastante, arriba, también, tarde, algo, casi)

Me gusta la lentitud con la que busco la acepción correcta de cada palabra antes de hablar (y a veces, casi, en lugar de hablar)
Es bueno demostrar que no es preciso demostrar a pesar de que no es el pensamiento quien tiene el poder sino la palabra.

(entre pensamiento, palabra y obra, yo elijo omisión porque sé que al final el equilibrio siempre se nos quedará en sólo uno de los varios lados de la balanza)

En este exacto momento es este texto lo único que tiene sentido:

“No nos quiebra ni la paradoja monumental de haber hecho el amor en camas separadas.”

En este exacto momento somos varios anversos caminando, hablando, mirando, mirándonos.
(y es evidente que yo voy rumbo al octavo casillero)

(estúpido o brillante será convertirme de peón en torre o en alfil en lugar de coronarme directamente reina?)
Pero nobleza obliga:
(siempre necesité de algo como un sometimiento inexplicable ante el rival)

– Su Majestad, querida, sepa Usted que no voy a atacarla en diagonal.

En este exacto momento una voz le pregunta al Usted de mi anverso:

– Le queda chico el papel? Le ajusta? Le tira? O, al revés, lo escaso es Usted? Fíjese que tiene los bordes desajustados a la altura de la sien. Quizás una pinza, un drapee, una alforza, un dobladillo?

Qué fastidio.

– Qué pretende usted de mí?
– Lo que te haga falta, corazón.
– Está todo bien. Perfectamente así como está.

(es que a la herida hay que llevarla con civismo)

Ser reiterativa en la desconfianza parece ser hoy mi mayor acto de fe. Quizás lo poco de romanticismo que me ha ido quedando.

En este exacto momento mi presencia en este mundo es un completo misterio.

Vaya a saber por qué suceden estas cosas.
Como sea. No es tan terrible. Tiene su encanto.

En cubierta XVI

febrero 23, 2010

Desde la entraña («el medio es el mensaje») ruge lo inane. Lo accesorio, lo que ha ido quedando. Una tentación, ésta a la que me intima, que sería estúpido de mí satisfacer. Leo insoportable para algunos (inciertos) esta nueva frustración. Por subdesarrollada la escritura y, en mi propia impresión, tan llena de dolor. Por qué he de obedecer una vez más a un anhelo ajeno y tan preciso y sostenido como cada anterior? Así no se gana. Así no se domina. Así no se libera.
El infierno debe dar esa visión.

Refugiado en la creencia de poder controlar la situación, mi capitán prefiere no hablar sobre el hecho de que cada día se ven más peñones, más islotes de pura piedra, más posibilidades de que el agua, finalmente, esté bajando. Tampoco de que el viejo de las sogas ha comenzado a toser y a despedirse de todos de manera firme y sostenida.

Durante la entrega de labores diaria y antes del desayuno, el capitán nos ordenó que confeccionemos un inventario detallado con todas las cosas que hay en el barco. Deberemos tener especial cuidado y no confundir los objetos reales con aquellos que, de haber aparecido un día como cualquiera dibujados sobre las paredes del barco, hoy ya han tomado algo similar a formas de verdad (si es que verdad es esto que está de nuestro lado). Imágenes que se han ido desprendiendo y han ido cayendo de las paredes como láminas, apilándose unas sobre otras sobre otras en el suelo hasta convertirse en objetos fantásticos como este cajón en el que ahora duerme el gato.

(también forma parte de ese grupo la singular cantidad de migas de pan que vemos amontonarse cada mañana debajo del mesana (sabemos distinguirlos porque estos supuestos objetos llevan la sombra unos centímetros desalineada hacia alguno de los lados además de que a todos ellos se les nota como una ausencia))

Luego de la lista deberemos realizar una descripción minuciosa y concienzuda de cada una de las cosas ciertas de manera que mañana mismo y sin falta todo amanezca con su retrato literario pegado al pie.

(conocemos la inconsistencia de las cosas a pesar de las apariencias pero el capitán quiere asegurarse. Quiere evitar el desconcierto y las distracciones. Yo, por mi parte, lo considero útil por otra razón: será entretenido y una buena manera de comprobar cuáles cosas cambian con el tiempo y cuáles son las que se mantienen igual).

A mí me ha encargado la cocina y, de ella, los condimentos. He probado ya el poco de canela y de nuez moscada que aún queda en dos de los frascos de la vieja, pero tendré que informarle al capitán que me resulta imposible describir estos sabores.

(seguramente él me dirá que lo imposible es que existan si es que no pueden ser dichos, a lo que yo ya no podré más que callar y sentarme a escribir mis dos carteles que dirán exactamente lo mismo: “quizás alguna vez haya sido dulce, suave y fragante, pero ahora, viejo, seco y oxidado, sólo es un polvo marrón”.)

(O simplemente debería escribir “polvo marrón” y no explicar más nada?)

Ha salido el sol y es estupendo vernos en cubierta (a los que vamos quedando) ir y venir con lápices de colores y papeles, fijando las descripciones debajo de la totalidad de las cosas: bajo el mástil, el timón, las prendas de vestir, los mismos lápices, los cubiertos.

(Agradezco no ser yo quien debe rotular a los carteles. Ha de ser un trabajo, de verdad, agotador)

En cubierta XV

febrero 17, 2010

«Palos porque bogas, palos porque no bogas»
(cuando no entiende, cuando me pongo a explicar)

Desde mi puesto se vería mejor el modo en el que los cuerpos amortajados siguen cayendo de a uno del barco, pero el capitán nos ha dado la orden de permanecer en cubierta durante todo el cortejo.
Dos horas estimo que durará el proceso completo. Seis cigarros del capitán (sus salidas del puente lo han vuelto para mí un reloj casi perfecto).

Debería concentrarme y describir, decir con palabras esta sensación… pero cómo decir el estupor de vernos despidiendo lo que se va de los que hace mucho se fueron?
Somos(*) ya muy pocos en cubierta. La curandera es hoy la única ausente. No tiene el permiso expreso del capitán pero él ha dicho que no tomará represalias. Él comprende, de alguna manera que nos es extraña, la actitud de la mujer.

((*)debo elegir mejor las palabras y reemplazar al somos)
(*)Somos: Quedamos. Seguimos. Vamos quedando. Nos estamos quedando. Nos seguimos. Estamos. Nos somos.
(no debo dispersarme, debo evitar las distracciones y proseguir con el relato. Luego decidiré el verbo y también la acción)

El mundo de los marcados, el de los desparramados que se concentran en el acto social (en el rito consuelo, en esta tortura espiritual ordenada por el capitán), se reduce a una simulación, a una recreación en la que pactamos ignorar la médula de lo que no estoy contando.

Al soltarse el quinto cadáver, alguien deja su último grito suspendido en el aire:

– A las anguilas, Garrausper! A que te almuercen los Pausewangs, miserable, borracho infecto, a que te pudras en el agua que has de manchar!
– Silencio!
–la voz del capitán suena tranquila, despacio y pausada, como si hubiese estado esperando el grito. -Que nadie se atreva con los muertos de mi barco! Que nadie mientras yo siga al mando!

Las dos balas (inevitables desde el día en el que este pobre infeliz fuera gestado) le van directo al pecho y es nuestro mismo capitán quien sin mucho esfuerzo ni ceremonia lo empuja con el taco de su zapato afuera del barco.

– Otro?
-nos pregunta- Alguien más que no esté de acuerdo con el respeto a practicársele a los muertos? Debo desaprobar a alguien más?
Algunos mueven negativamente la cabeza.
– De verdad que no?
Esta vez todos mueven negativamente la cabeza menos yo.
El capitán me llama.
– Ven aquí y contesta: Si o no? Debo matar a alguien más?
– me resulta indistinto.
– ¿Y tu criterio y tu poder de consideración?
– no sabría responder, mi capitán.
– Excelente! Elaborar un auténtico cuestionamiento te llevaría la vida y a ninguna parte. Que gire el mundo con tu ilógica simpleza, vigía! O acaso el Universo se afecta por lo que puedas decir? O acaso no acabará, de todos modos, acomodándonos a cada uno en nuestro sitio cuando llegue el lugar?
– no lo sé, mi capitán.
– Cómo está tu conciencia?
– alerta y dispuesta
– ¿Y tu fidelidad?
– intacta, mi señor.
– Larga vida a las voluntades que no generan tormentas ni desparraman su cólera! Qué siga el funeral!

En cubierta XIV

enero 29, 2010

En caliente. La vieja siempre actúa en caliente.

El último de los de abajo huyó hace dos noches. Yo vi cuando trepaba a la balsa. Se empujó del barco con fuerza y, aunque no puedo precisar si fue la balsa o si fuimos nosotros los que nos fuimos yendo, lo cierto es que cada metro de separación nos llevó horas.
No di la voz de alarma así como tampoco lo ayudé a cortar la última soga. Considero que actué de manera práctica y justa. Mi función es esa: Considerar. Considerar los peligros y permanecer en mi puesto mientras mi capitán descansa.

Hoy, al bajar a las bodegas, encontraron a siete de los nuestros dispuestos en siete cadáveres todos ellos en diferentes estados de descomposición. Los están llevando de a uno al lugar en el que serán preparados por las mujeres para un funeral colectivo.

La curandera se ha negado a participar de los honores pues dice que ya es tarde para ellos.

– Me es imposible trabajar sobre una piel vieja y estos muertos ya están viejos. Que se los coman los Pausewangs! Déjenme a mí continuar con mi caldo!

Me anima ver cómo a la vieja se le refuerzan día a día el hambre y los deseos de vivir.

Al oírla volví a recordar a Bassard aquella vez en la vereda del cementerio fumando y disertando. Adentro había quedado el sol resecando lo seco y agotando lo acabado, todo para que el viento primero y después el agua y ahora otra vez… Tantas señales, tantos signos! Pero entonces quién sabía, quién podía saber que eso era un rompecabezas y que armarlo significaba algo tan imposible como subir todas las hojas caídas cada una a su legítima rama? Eran épocas en las que evitábamos desprendernos de las cosas. Sería por eso que a nada le mirábamos las fallas.

– No miran quienes miran las pieles como a espejos y al caminar propio como una zambullida que les es ajena e inevitable.
– Y todo para no renguear?
– Claro, mi niña, también para no renguear…

Restaurar el hueco del casco resultó más sencillo de lo que nuestro capitán había calculado. Nos hemos vuelto prácticos. La respuesta a las disonancias es automática pues hemos entendido que, ante el asombro, hay que sostener la serenidad y, sobre todo, un orden.
El juego, en realidad, siempre fue muy fácil: No dejar que lo que sabemos o creemos entorpezca a la realidad.
Entonces: unos reparan, otros esperan la llegada del barro para ajustarse del todo las sogas al cuello y morir dignamente, la curandera sigue en su caldo y las mujeres alistando a los muertos mientras yo escribo estas crónicas imposibles sin más asuntos, sin nada más pendiente que lo inmodificable.

Se ha despertado el capitán.

Abajo el gato gris se lame la sal sin siquiera mirarnos

Hasta que un día no pueda salir

enero 18, 2010

Se filtra en la cama de los muertos. Eso completa el exorcismo (su firma es inconfundible).

Un hombre camina por la vereda. Hay una piedra molar rota que él patea. ¿Para endurecerla? ¿Para ganarse el perdón por haberle hundido los ojos metiéndole los dedos hasta el mismísimo adjetivo?
– ¡Pero si yo sólo quise despertarla a la vida!- (hasta entonces, según él, hipotética).

Un hombre camina por la vereda. Tose sin culpa. Lo demás ya le es conducta y repetición (“sufro porque tengo la costumbre”).
– Yo ya me cansé de imaginarte, pero esta vez creo que de verdad sos vos.

(¿Vos no te acordás si entre los cascotes se nos quedó alguna recomendación? ¿Vos veías eso que se fue? ¿Vos le creíste?)

Camina por la vereda sin rozar ninguna mano, sin tropezar ni una sola. Nada. Ni la mía ni la propia.
(y me dice que éste y que aquel y que tantas vidas de mierda que, entre nos, son mucho mejores que la propia que todavía ni un solo raspón en la rodilla, que es el día de hoy y ni un solo raspón en la rodilla)

El malestar se acumula. La antesala (yo felicito a los que tramaron el andamiaje) se expande. Una infección que te deja pasar, que te deja mirar, que te deja pensar, pero que nunca nunca te corta la respiración.

(¿qué hora son?)

– ¿Tal vez si intercambiamos sábanas o dogmas como eufemismo de lo íntimo?

Por alguna vereda. La escena se vuelve cada vez más independiente. Mérito mío, supongo, y ya me lo he informado (porque para dejarlos es mejor así, saberlo).

(¿cuánto falta? ¿o todavía no soportamos lo suficiente?)

Portman Teau

enero 11, 2010

¿En cuál de todos tus desiertos pondrás más luego a dormir al niño?

Todavía no alcanzo el ateísmo completo del billete, aunque todo finalmente acontece.
Lo que debe ocurrir ocurrirá (all at due time).
Mientras tanto, moderar. Cultivar la moderación. Domesticar al asesino.
Y despertar al diablo con tranquilidad (sus ocho ojos preguntando por qué dethemonshit estamos divididos)

Negada la creencia, no hay opción más que descreer (es el sentimiento último que pisa y pesa y somete al anterior: “Le Rey is morted, livet au majestic King!»)

Negado el ideal, no queda sino pastar (from this day forward until something do me part) dentro de dos posibles esquemas, el formost everyman meaningless quagmire o el otro.

(entendido está que no tiene sentido llegar a la ecuación si lo que ahora me importa ya se mide en el campo de las diferencias.
Ni mejor ni peor.
Desarmados, tal vez)

Habrá que buscar un modo para enfrentar más que un solo trozo de este alquitrán cuenta cuentos sin exponer demasiado hasta qué punto hemos fracasado:
«Las críticas pirámides crecen, molinos de menta resistiendo al gladiador»
(de a ratos mi parte poética se pretende tan poca cosa!)

Poesía para soportar. La letra acaba siempre por ser la salvación para quienes no tenemos salvación. Hablar en letra, soñar en letra, disimular la renguera, amar (cuando se puede) y hasta irritar sin saberlo en babélicas letres.

Meleuda dreemdúblin morethough Finnegan’s dessleeper Nacht tristesse!

Belleza! Fracciones de la sanata del pantanal. Tan simple!
Mitad su manía, mitad rasgos míos.

Y como el hambre y la genética no se deben cuestionar, elegimos dejar satisfechas a nuestras propias criaturas, aún a riesgo de que estas mismas criaturas se nos acomoden como jaulas.

(So, the moral: «blame not the pig for the pig is not guilty»)

Lhasa

enero 6, 2010

(1972-2010)

Lo que va quedando

enero 3, 2010

(uno va envejeciendo y ciertas fallas de la juventud van dejando de existir y entonces no hacen falta excesivas dosis de especulación para saber qué cosa gana entre lo urgente y lo importante)

Otra tara más, dirás, pero ¿qué más da, si cuando miro y comparo, entre mi infierno y los demás veo pocas diferencias?
Centavo-beso, centavo-beso, centavo-beso.
Un acto inútil, dirás, como desmenuzar los nervios durante ese espacio auditivo sin interferencias activas y tratar de describirlos
(¿te imaginás tener que soportar a más de dos de esos mendigos de ágil raíz? ¿vos me ves de genocidio mientras todos los demás se ponen a bailar?)

No hay nombre más sordo, ni más transparente, ni con menos masa que aquel al que me acodo con fastidio y en total oposición como único manifiesto.
(durante el silencio se forma la grieta para que yo vuelva a respirar)
Y entonces huelo esta lluviecita a la que dejo que llames bruma y veo que a través nadie se arrima.
(con palos van empujando los mensajes como quien acerca más y más carbones a la pira)

Pero soy yo (y no hablo de mí) la que mira más (y a no confundir cantidades con mis modos, por favor). La panóptica de estar acá, justito en mi centro. Veo todas las entradas (aunque desde acá se ven como salidas) bastante bien usadas (en ambos sentidos y en admirable equilibrio) y los restos del desangre (los termómetros tirados por el parque, las vértebras de alguna sandía…)

Sos la única, dirás.
(y decís)
Y si…
La verdad es que no me veo a mí abrazada a nadie en ninguna de las puertas viendo al hongo tóxico acercarse.
(el que vive solo… (yo tiemblo cuando digo “el que vive solo”)).

Entonces, lo que va quedando.
Ya sin fe. Ya sin obsesión. Sin ninguna lealtad hacia nada.
Y esta implacable digestión que hace todo mucho más insoportable todavía.

El vuelo que excede el ala

octubre 21, 2009

“suponiendo absurdos así, que en la zona y en ese momento pudieran ocurrir cosas semejantes, habría que preguntarse si tiene sentido el que estén ahí esperando que empieces a contar, que en todo caso alguien empiece a contar, y si el buñuelo de banana en el que está pensando Feuille Morte no reemplazaría harto mejor esa vaga expectativa de los que te rodean en la zona, indiferentes y obstinados a la vez, exigentes y burlones como vos mismo con ellos cuando te toca a vos escucharlos o verlos vivir sabiendo que todo eso viene de otra parte o se va quién sabe adónde, y que por eso mismo es lo que cuenta para casi todos ellos”
Julio Cortázar

Oigo al que se va, sin su música, sin sus nombres, sin despedida.

Y así, qué más que estarse con los brazos caídos y el corazón amontonado

Acaso porque el vuelo desborda siempre a las alas, esa suerte de sustitutos tuyos continuarán en la zona, sanos y salvos, firmes, doblando, multiplicando y volviendo a duplicar en el éter el inevitable chorrear de tus bis-bises.

Gracias, Hernán.

En cubierta XIII

septiembre 16, 2009

El poco rigor de mis palabras necesita de un entorno de poca literalidad y gran decodificación, no de redención educativa.

Es nauseabundo. La calma del mar y del viento concentra en cubierta todo el olor de nuestros muertos. En el barco la gente ya quisiera que fuese otro día, pero las barreras no pasan.
Nuestro capitán ha desbastado sus manos y del antebrazo sólo le queda la mitad. No dejará de luchar contra clavos y cadenas aún cuando el dolor le llegue al cuello.

A los de abajo se los oye trabajar sin descanso.
(anoche perforaron el casco medio metro por encima del agua y traspasaron por el hueco una balsa llena de niños, balsa que ahora flota conectada a nosotros por tres sogas blancas, seguramente construidas con las mismas gasas con las que vistieron a los niños)

Siento como si nos estuviéramos desmembrando de a poco y de adentro para afuera.

– Allá va nuestra médula.

En media hora habrán vaciado de las bodegas a todos sus hijos y, para cuando esto ocurra, en cubierta habrán terminado de rezar de cara al frasco de plástico con forma de virgen que el capitán instaló adelante del timón.
Una virgen plástica y desteñida.
(el capitán dice que está llena de agua bendita, pero ¿para qué más agua?)
Una virgen descreída de sí misma.
(con sólo quitarle el tapón yo podría dejar a esa virgen vacía de contenido (y de corona))

A veces, desde mi puesto, no me pongo a pensar en qué cosas me molestan. Las minorías tenemos eso. Cualquiera podría llamarse afortunado por ejercer mi labor de vigilar.
A ellos yo les diría que mirar alrededor no es más que buscar una voz por afuera del lenguaje (aún sabiendo que la castración dispuesta por nuestra lengua natal ya habrá de tomar cartas. Tarde o temprano). Un intento. Un intento de expulsión, expulsión de lo que se evita oír.
(como si a los sonidos los pudiese convertir uno en una abstracción cualquiera)
Mi puesto es un privilegio. En cubierta es imposible distanciarse de ciertos ruidos. O gritos.

En la cocina, un poco de la fiebre de Bassard ayuda a descubrir algunas cosas, como que hay gente que somete toda su vida a las grandes -o pequeñas- causas que cree ciertas.
Las enfermeras encerradas en la cocina (la vieja ha reclutado a las mujeres y las ha entrenado en el arte de la sanación) comparten los gritos de Bassard y también su silencio.
(a ellas no se les abrirán nunca las puertas de la literatura)

El dolor es enorme.

Bassard y su ocaso razonado, su empobrecimiento, su oscurecido esternón, se arrancan el suero y se escapan de la cocina como de la recámara de un útero.

– Salimos de un error para adentrarnos en otro.

Todo dura apenas unos segundos -salud, enfermedad y muerte- pero en el barco ya hay entendimientos que me resultan fáciles. Bassard así lo ha dispuesto y habrá que respetarlo.
Se ve todo tan claro desde acá arriba…

(no quisiera yo contar cómo fue su muerte. Tampoco decir o sugerir que mi amigo haya muerto, pues sin él estas crónicas no hablarían de nadie…)

La vieja larga una carcajada que nadie entiende ni yo. Es la desconexión de la despedida, supongo, ese momento en el que ya nadie comprende a nadie y lo único que importa es que el círculo no se corte.

(allá reciben a nuestros muertos como nosotros a sus críos)
El círculo cómo única medida posible de infinito.
(incesante intercambio)

Pero han osado preguntarle

May 20, 2009

Elipsis: Evasión, hueco, bostezo con un mínimo de calidad literaria.
Un ahorro de energía presumiendo que el entendimiento (de ser necesario) verterá lo suyo en la grietas como si fueran moldecitos.
(después de todo, los ojos no la pasan preguntando qué cosas han dejado de mirar)

Su fatalidad diaria comienza con el vértigo tras la pesadilla. Ella interpreta cada amanecer como una advertencia nueva, cada vez más severa. Ni otra cosa que “sufrirás, sufrirás, sufrirás por no responder, por no responder y no haber preguntado”.
Abre los ojos justo en ese punto en el que la opción se balancea entre desentenderse de todo y decidir que todo es la mar de interesante. Un punto absolutamente creativo, dirán algunos. Dos pulmones inspirando y expirando al ritmo que exige el funcionamiento de la máquina. Así da comienzo su día.

Se levanta de la cama y en un acto amoroso recubre con la manta la superficie colmada de aquel con quien ha compartido el más intenso de los viajes (con ese acto inaugura el momento metafórico en el que todas las cosas comienzan a volverse otras).
– Deberíamos retratar todo antes de la nieve.
Pero Amelia habla demasiado bajo. Y además, ese hombre ya ha vuelto a ser un hombre corriente, de esos que entran.
Simplemente.
Y el cerebro de Amelia quiere –necesita- estructuras nuevas.
También perspectivas. Para desafiar a los elementos y dejar ese silencio fundado en una historia difícil de contar.

Los más valientes suelen ser los más suicidas, dicen, pero a Amelia le da exactamente igual. O no. Tal vez ella prefiera más bien un estado anímico nuevo a ponerse a escribir su propio epitafio.
Porque todos los días ella amanece como una pantera poco antes de saltar sobre algún cuello. Sí, algo así. Y si bien no hay ni trauma ni perversidad en el acto que protagoniza al enfrentar al día, ella preferiría despertar y correr las diez cuadras que la separan del mar y zambullirse en él o pasarse la mañana bailando en una única baldosa por simple entusiasmo.

Como siguiendo el consejo de Roberto que le dice “pruebe dejarlo todo diariamente”, ella sale de la habitación y deja por fin pasar a médicos y sacerdotes.
(no a cualquiera ella le regala sus no)

Mientras se aleja, sus ojos buscan puntos de referencia para no salir despedidos por la inercia. Algo a qué adherirse.
Quizá sopese, cerca del mediodía, la posibilidad de aliarse a aquel libro que absorbe todos los olores de su cama, lea algún cuento y se ponga a reír muerta de nostalgia mientras se le va desempañando el aliento del que en la habitación ya debe haber dejado de existir.
Quizás deje pasar la tarde con la inquietud de quien ha descubierto que el sentido de la vida -de todas las vidas- es esto: decidir si la noche es un comienzo o una nueva despedida.

Pero primero esconderá sus manos de la flecha fantasma. Las meterá en los bolsillos para amasarlas.
(a escondidas se egoístan los disfrutes)
Que el próximo objeto no sospeche, que no note la demanda hasta que quiera saber quién es esa con la que ha viajado.
Hasta que se atreva a preguntar quién es la que parece que está por saltar sobre su cuello para luego echarse a correr cansada, harta, no de lo que deseó, sino de lo hubiera querido desear.
Los límites son tajantes y le fueron asignados.
¿Cuánto tiempo hasta que codicie que ella lo devore?

Reset

May 8, 2009

(entre vos y yo hay una sola indiferencia)

Hay una sola cosa que yo hago antes de olvidarme de casi todo y esa cosa es darle a todo una última oportunidad. Así me queda la impresión de que se ha hecho lo posible aunque en el fondo sepa que no es así, que ya desde el vamos ese asunto fue una causa perdida. Incluso eso -el saberlo de antemano- también se perderá en el olvido y de esa manera las cosas seguirán su curso como desde siempre estuvo planeado.

Resulta triste. Me tomaría un café mirando el techo pero no tengo café (algunos dicen que tampoco techo). Me están explicando últimamente que hay que ser claros como antes. Claro, es que yo antes organizaba mejor el pensamiento y las ideas, y los podía ordenar de una manera mucho más eficaz y convincente que ahora.
Para que haya encuentro, me dicen.

Yo lo llamaría, se sabe, vestida con esos humores que resbalan y zigzaguean desde donde se me vierte la vanidosa. Desde ahí, digamos, no nos costaría demasiado si –también es bien sabido- a él los espasmos se le acaban enseguida y a la mía se la convoca más fácil que pronto con sólo hacerme oler esos anzuelos dulzones que buscan y se llevan de cualquier desnudo su putrefacto.
Como si me fuera de prudencia lo llamaría que si no igual, parecido y hasta el final de su sermón.
Y entonces se iría, pero quedando algo lector y mucho juez de mis ideas sobre verdad o exactitud, y de nuevo arrodillado ante la parroquia de lo binario.

Y no menos ni bien acercar a cuanto mundo el desate del nudo a su vuelta de horca -hay tantas viejas comiéndose los mocos- pero lo llamaría y se me iría de la boca que ya no se naufrague con distorsiones, porque cuando todo se blanca, cuando todo es protocolo, no queda otra que quedarse pero ido y con la incertidumbre del me habré apropiado de lo poco como último alarde o consuelo (porque si había algo que no se pudo, que no se vio ni se le va a aparecer por más devoto, ya está pasado de sincronía y así están las cosas).

Rara vez lo llamaría, pero sí cada tanto. En especial sobre esos días en los que la misa se cruza a practicarme, tan sopa ella en su mística, únicamente porque yo le resulto la más vela de todos los rituales.
Que si me pongo, diría que le resulto: la como ritmo una seda, la que en parte nombre, la como vida un violín, la mejor, la aunque la nadien, la que lo hembra y lo alumbra, la insistidora, la fósforo blanco, la mentolada.
Pero como no me pongo: La que le traduce su yo del no siempre alfil o coronel del se debe.

Entonces yo voy y no lo llamo.
Y no lo llamo porque él -insisto- y porque en él son todos.
(y porque corro el riesgo de que se le pueda venir encima todo el analfabetismo familiar hasta taparlo por completo (y no quisiera ser yo la que lo convierta en penetrante sólo porque quedó accidentalmente metido en el desasosiego ancestral)).

Se vienen las preguntas. Pero son preguntas que ya no van a tener suerte. Hay otras urgencias como las de la cuchara y la mosca que flota en la olvidada.
¿Lo de la mosca será el hartazgo de caminar por el filo del cuchillo sin que a sus patas les pase nada?
¿Qué será peor, la angustia de quedar al descubierto o ver que a quien le prestaste la voz ya no vuelve?
Se sabe que cuando la ceremonia se destreza de su carácter hermético lo que agenda percibido es, con sólo mirarlo, un estorbo. Como la mosca.

Y entonces se va y se queda de la mano -de esa mano suya- que insecta inexistencia. Y entonces le toca –¿le acaricia?- el lomo a los únicos ardores (pero al perro no le basta y al libro le pica y (otra demanda al mérito) él no alcanza a rascar bien el lugar).

Son formas, nomás, dirá el experto en discursivas. Un ensayo de soberanía sobre las reglas de la palabra. Para algunos, una brújula en blanco hacia el objeto insondable. Para la literatura, un ejercicio poco enriquecedor. Para mí, lo que sobra del floreo. El agua que queda alrededor de las lentejas.
Pero era necesaria esta instancia para que volvieran y han vuelto.
Las voces han vuelto.
Excelente.

Undergone (por Rey Ahogado)

May 4, 2009

Ellos también son y se mueven. Los casilleros también arden desesperados por que alguien los llene de fichas, todas en equilibrio fluctuante, todas en jaque continuo. Carne fresca. Sólo soy observador de todos esos juegos. No hago nada más que alimentarlos y verlos comer.

Aprendí mi primer oficio a la edad de un mes y medio. Dos oficios más a los tres años. A los cinco ya pervertía los signos de casi todas las cosas.
Muchos oficios pero nadie se da cuenta, quizás porque a veces actúo de manera aficionada, sin compromiso, no lo sé, pero es más cómodo después de todo, hacer las cosas sabiendo que podemos detenernos en cualquier momento. Y mi momento es siempre la hora de la responsabilidad.
Ahí es cuando me disgrego, supongo que por pose.
A nadie le gusta cuando lo hago ¿sabe? pero si me entablan debates o me demandan yo me vuelvo invisible y sin siquiera tener que desaparecer.
En las relaciones forzar y decretar tablas no es nada del otro mundo, es sólo cuestión de hacer que se repitan las jugadas como se repiten los sueños. En definitiva, los casilleros no son tantos, como tampoco son tantos los sueños.
Yo siempre sueño que abro el telón y que espero sentado en mi butaca a que todo esto deje de suceder. Es mi sueño más frecuente, de los más definidos, de esos que uno recuerda como explosiones a lo largo del día en las que cada esquirla es una pincelada más y cada detalle que se completa reconstruye una nueva esquirla mucho más grande.
En mi sueño yo abro el telón y espero. Me concentro en la obra. Mucho me concentro, sabe. A veces pienso que si pudiera en esos momentos me despojaría de toda idea previa, pero es imposible, uno es esclavo de esas cosas.
Me concentro, le decía, y enseguida me doy cuenta de que la obra intenta desintegrarme. Trato de defenderme quitando la vista del escenario. Así he logrado obstruir muchas batallas. Pienso mucho en eso.

– Al quitarle la vista le quita valor.

Un simple desprecio aleja las manías de preguntar y de responder. Es una manera práctica y efectiva de salir de ahí.

– ¿Preguntar y responder son manías?

¿Cuántas veces tengo que decirle que no sé cómo decir de otra forma todo lo que le estoy diciendo? ¡Claro que son manías! Como leer un libro con un lápiz en la mano para subrayarlo, para anotar al margen. Claro que no sucede con todos los libros pero cuando sucede es desesperante la necesidad de tomar posesión. Con las preguntas pasa lo mismo. Y también con las respuestas. Todo es un ajedrez.
En mi sueño sólo sería cuestión de levantar la cruz de madera, desenredar los hilos y manejar los trebejos como si fueran marionetas, pero por alguna razón no puedo hacerlo.

– Prosiga.

A veces el sueño cambia, empeora, y la insistencia de las preguntas me obliga a ser egoísta y a mostrarme en todo mi esplendor. En esos casos las preguntas intentan poseerme y no responderles es mi modo de preservarme. No me doblegan, nunca lo logran, sabe, y entonces en mi sueño me aparto de lo que queda de esa noche magistral de teatro. Me retiro, retrocedo. Ofrezco piezas sin valor. Humo gris. Intento escapar de la sala, del pasillo. Todos me persiguen. Bajo las escaleras, enderezo las luces y los cuadros y sigo corriendo. Corro hasta una esquina. Ahí me espera un carro al que le ato un globo aerostático. Me trepo en él y comenzamos a carretear. Unos metros después, se eleva. Contengo la respiración. Sigo volando unas cuadras más hasta que ellos se cansan de correr y desaparecen. Vuelvo a respirar pero me ahogo, toso. Cada letra que regurgito cae y quiebra una baldosa. Es un discurso brutal y siniestro.
Entonces me duermo en mi propio sueño y descanso un poco aún sabiendo que mañana estaré hablando con algún otro que querrá otra vez revelar todas mis poses.
¡Un juego tan estúpido es tratar de entender! Siempre resulta en un final absurdo. Por suerte es sólo un sueño y los sueños no duran demasiado.

– No pueden durar demasiado si tenerlos es siempre detenerlos.

Nadie los detiene. Ellos simplemente se cansan antes que yo.

Para el paciente, preguntar es intentar poseer y no responder es preservarse. Su historial clínico espera ser unido por algún fervor literario en un relato medianamente descifrable. Nunca alcanzará a ser libro y no por falta de calidad sino porque él mismo así lo solicita.
(para mí es suficiente bajo este formato, para otros sólo será evocable el día que su historia se deje domesticar como un perro cuyo lomo sepa describir una posición entre aquellos bellísimos ejemplares en los estantes de la biblioteca)

Undergone

abril 13, 2009

– Usted es el responsable ante el desierto.
– Es que me ven y no me ven.

Habla de su alma como si fuera un camisón. Refiere llevarla siempre por sobre encima del cuerpo de manera que le sea sencillo quitársela en caso de emergencia.
Su andar, la manera en la que se mueve, parece ajustarse más al miedo que al libre albedrío. Según el parecer de las enfermeras, se dejaría llevar por el sonido de sus propias pisadas: «Como si quisiera sentir el contraste que hacen sus zapatos con el silencio del suelo
Ha calificado a la oscuridad con adjetivos tales como: compacta, esponjosa, áspera e imperceptible.
Esto mismo es lo que nos ha llevado a considerar su caso como irrecuperable.
Se quedará en observación hasta que algo suceda.

No me sorprendió cuando la combi llena de cieguitos frenó a mi lado (tampoco me había sorprendido cuando Amanda llegó con la bandeja llena de galletitas de avena, deformes todas, pero con el clásico sabor de las pasiones reprimidas).
Resulta lógico y esperable no sorprenderse de esas cosas si uno finalmente decide poner en manos del destino todas las creencias ¿no le parece? Después de todo, si esto no hubiese sucedido (lo de la combi) jamás nos habríamos dado cuenta de lo profundamente desconocidos que éramos el uno para el otro. ¿O acaso hay alguien más desconocido que aquel a quien estamos viendo por primera vez?
Toda una tentación, dígame si no. El privilegio de ver vs. una multitud de ciegos. ¡Pude haber hecho tantas cosas! Confundirlos con el silencio, marearlos con una conversación rotundamente liviana (pero llena de palabras complicadas), seducirlos, confundirlos, exponerlos, rechazarlos.
Los ciegos estaban tan en mis manos, sabe, que hasta sentí que por una vez, si me lo proponía, podría torcer todo eso que llaman destino. ¿Por qué no? De ninguna manera era difícil hacerlos desaparecer, matarlos de a uno o en bloque, a martillazos o de sed, dejándolos atados a un árbol o sueltos en una autopista y a la buena de Dios.
Pero no. A mí todavía me quedaba algo de sensibilidad y a los cieguitos, bastante de suerte.

Recordar todo esto es como ver un humito desleído escaparse de mis sienes. Se eleva licuándose, apagándose, olvidándose de su función hasta desaparecer por completo.
¡Cuánto más simple sería vivir una vida en la que las elipsis sean los únicos momentos memorables! Me tranquiliza pensar que desde un punto de vista ético, debe ser mucho peor crear un recuerdo que olvidarlo.

Durante esos ratos paréntesis, brevísimos espacios de conciencia, me dice que a menudo se pregunta por qué nunca le ha interesado saber qué otras más ingles que la de ella habrían querido, él y su propia lengua, lamer.
Yo aprovecho esos instantes de conexión para conocerlo. Le sugiero que se haga esa pregunta y que intente contestarse.
Se pone violento. Me dice que no es amigo de las preguntas y menos de las respuestas, pero a veces lo intenta.

Una vez me contestó lo que no quería oír y el frío me corrió como una anguila mecánica por la espalda. Le pedí que se callara pero continuó. Mi lengua no se detuvo. La información sobre mis prácticas linguales, presuntamente democráticas, que siguió manifestándome a lo largo de aquella conversación intentaba satisfacerme, pero lejos de eso, sólo logró hacerme sentir el principal responsable.
¿Por qué propicio yo esa fuga de curiosidad?

Al finalizar me confiesa que ha sido doloroso, aunque sin duda, muy interesante conocer de la especial glotonería de “la declarante” (así se refiere el paciente a su lengua) acerca de orejas y dedos varios.
Su confesión anticipa la desconexión y volvemos al lugar primario en el que las palabras se susurran a sí mismas al oído de la inteligencia.

No es falta de interés – me dirá desde el diván antes de irse – hay cosas que uno ve en los ciegos que a otros, aún con el camisón remachado a los huesos, sencillamente se les escapa. Quizás esta gente se ocupe de otra realidad y la busque en otra parte. Yo no.
Nadie es igual a nadie. Es sólo una cuestión de talento.

Jigsaws

marzo 25, 2009

«Just as you take my hand
Just as the drinks arrive
Just as they play your favourite song»

Vamos, niña ciega, agarrá el costurerito que ya es hora de ir retomando el patchwork.
Así la despertó. Maneras y maneras, formas y más formas. Pero que no se queje, por favor, si recién, hace instantes, abrazada a su monstruo mostraba sus penas al pasto (imperio de lo reciclable de casi todas las cosas) y se dejaba marear por el loop de lo sabido.
Que no joda ahora. Después de todo, qué tanto le puede costar recomenzar con el bordado?

La circunferencia, amiguita de lo plano, se arma cuando la niña se dice, se desdice y vos te quedás parado de esclavo ante la opereta ritual. Qué virtuosismo! Ella se tira de los pelos, se te cae de los dedos y te nombra Elemento.
(completan la idea varias lagunitas en las que se bañan las veredas y todo lo demás: Plantas, gnomos, “parole, parole, parole…”)
Y entonces se incorpora: Te tiembla acá, viste, y se señala ahí, en el cambio.
Digo y nombro, retruca, pero ya no le queda nada más que la ficha con las diferencias que hay entre el mapa y el posible territorio.

– En cuál terreno hemos de construirte? Habrá que nivelarte, cascarita? A vos te parece?

Y si. Si hasta la soguita hecha de brazos se desvive por salvarse de entre todos de colores, por qué ellos no?
“Luminosa” dijo («wish away the nightmare, you’ve got a light, you can feel it on your back»).
Y era así, nomás, aunque no lo pareciera.
(ya no puedo reconocer las canciones, tengo un nudo en las cuerditas)

La tipa (los niños crecen rápido, casi de un día para el otro te diría) ahora habla del hijo (que también crecerá) y sangra energía, pobrecita.
(y mirá que habiendo cosas para sangrar, inteligencia, por ejemplo, vos viste, se iba en energía la infeliz… qué pelotuda).

Todo esto es demasiado complicado de explicar. Si no estuviste, no vas a entender. Éramos veinte y parecíamos como treinta o treinta y tres. Nos habían cosido a la tela para que fuéramos un barrio pero no sé, ahí la cosa venía medio de sin bromas, de ver qué tenés para ofrecer y hasta dónde podrías recibir (si, aunque suene licencioso o arriesgado, cada tanto tenés que dejar que te den) determinadas puntaditas.

Y después a laburar de cosquilla para que nadie te pueda venir a quebrar las vertebritas.

Algunos se molestan por asuntos de dinero, otros porque la energía se les pueda ir a borbotones, pero la mayoría se preocupa porque la muerte los vaya a dejar muy solos.
Se llevaban a mi hija y a mi amor… (la cara desencajada de lo humano y puesta en pose de “Yo bananas no te como”)
Si no estuviste, no vas a entender, pero te cuento que la radio viajaba por los celulares, por el aire y la physical manifestation (ayer el rocío se hacía la niebla) te entraba por los poros.

Igual siempre hay alguien que está mucho peor.
(a él le entró la vida por el culo, imaginate, así que para qué preguntarle si se siente presionado)

En otro orden de cosas…

marzo 18, 2009

Todavía ensayo la floración a pesar de que toda ternura parecería vulgar. Todavía ensayo el arroz suficiente que me seque el cansancio.
(es que apoyarme en lo extraordinario es lo único que me confirma que acá no pasa nada)

Esquiva la caída, lo veo desde mi cama -aún no he podido sacarme la vergüenza. Lo hace. Él camina sobre hilos de arroz.
Antes fue –o pudo haber sido- una foto de Moriyama, pero ya no. Parecería que se desteje -como quien habla de su propia muerte y así muestra su presencia ante las cosas- pero no, tampoco es eso.

Me gustó Moriyama porque su nombre me sonó inmediatamente como el de alguien conocido: Una enfermera – o era una mucama, o era una ilusión o una fotografía de esas que crujen a los ojos de tan secas o grises, escondidas para siempre en la comodidad de las cenizas?
No hay modo de saber quién es quién en ciertos libros. Y ahora, después de Moriyama, tampoco hay modo de ver qué lugar ocupamos en las fotos.

Alguna vez le hablé -le advertí, mejor dicho- del peligro de aventurarse por los techos, pero él, nada. No quedará nadie, ni loco, ni negro que cante gospel en el mundo, le dije.
Me contestó que “seguramente” – él es un encanto, nunca me contradice- llegaría la noche «esa», de la que yo le hablaba, «a aplastar a todos entre la estupidez y el delirio», pero que él estaría a salvo del incidente.
La noche «esa» de la que yo hablaba, dijo.
Después de eso, para qué decirle –avisarle- que la noche – «esa» noche de la que yo hablaba- sería un infierno, si era ese infierno mismo algo dignísimo de su gusto?

Es indudable que la ciudad crece, pero de noche parece detenerse. Desde los tejados por los que él deambula las botellas de las tapias son coronas afiladas. Todo es accidental (de noche, cualquier sonido se puede volver un ruido tremendo) Todos quieren ese cristal. Muchos lo piden (para después desangrarse con ganas)

Esquiva la caída aunque abajo ya no espere nadie. De qué cosa será garantía el silencio impar?
El perdón llegará? El derrumbe es inminente.

Herida, la de tu boca

febrero 25, 2009

Pero además, anoche soñé que finalmente vos y yo nos encontrábamos. Vos sonreías.
Yo, en cambio, seguía mirando los últimos veinte segundos del video una y otra y otra vez.

Hace ocho minutos que ella habla con su lápiz de labios.
Los vidrios de las ventanas están cerrados. En la cocina, desde el suelo y debajo de la silla, Artemio mueve la cola en la visión del cotidiano tacho con agua y del hueso que ha heredado de mamá.
Mucho mejor, piensa, que las plumas que ha venido tragando y tosiendo durante los últimos episodios.
La puerta también está cerrada.

Por la ventana pasan de a pie las cabezas.
(cómo respiran estas cabezas si no es esquivándose las unas a las otras?)
Responderán a las expectativas del organizador? Acaso alguien, esta vez, habrá podido organizarlas?
(acaso alguien, alguna vez, habrá podido responderle?)

Desde el agua se asoman y llegan al aire más cabezas con sus labios cuarteados. Miles de cabezas cruzan el pueblo, se ovillan con los caminos, se meten en la sangre codiciándonos el hierro.
(diferentes modos de llegar a un mismo punto, dirás, pero decime si atravesando otra vez el parabrisas no sería delicioso…)

El perro le ladra. La mujer no le contesta.
(Artemio está harto de ser la única cosa que une a su ama con los consuelos y encima ahora ella no se aviene a la mímesis del ladrido)
Si el cielo estuviera limpio Artemio se pondría a pensar cualitativamente hasta alcanzar ideas tales como: “con mi sola existencia, he logrado dividir al infinito en dos semieternidades, multidireccionales de opuestos sentidos, aunque con un origen y un fin idénticos: Yo mismo”, pero hoy no va a poder porque el cielo se ha oscurecido y por más que él esté a salvo, esa circunstancia le moja el equilibrio
(eso y lo que le está pasando con la mujer, que no se aviene)

Afuera, a los pájaros se les ha antojado invadir el espacio que ocupan las cabezas. Les caen encima, bárbaros, con sus sombras en la panza. No se puede respirar. Por sobre las calles y las veredas, todo se llena de picos y plumas. Ahora ya nadie podrá leer lo que digan los carteles.
(la próxima salida podría ser la definitiva y quizás las cabezas no alcancen a verla)
Qué violenta circunstancia la de los pájaros conquistando el lugar de las cabezas!
Primero les arrancan los ojos.
(así comienza la primera ceguera)

No se describe intención en los pájaros de querer acreditarse de una forma más amable ante ellas.
No se registra en ellas muestra alguna de adaptación etológica ante el ataque.
La influencia de los pájaros se aprecia negativa para el conjunto de ojos.
La lógica y la ética no son tenidas en cuenta como variables en este sistema.
El curso de acción de los pájaros parecería ilimitado

– Cómo puede ser – se pregunta el perro- si cuando mi ama dicta, yo escribo?
(como si en ese acto de dictar y escribir, los dos lograran entenderse)
Cómo puede ser?
(cómo, pobre Artemio, podrá entender que simplemente pierde las partidas porque pierde según las reglas de un juego que no puede reinventar?)

– Pero cómo puede ser!

Hace nueve minutos que ella habla con su lápiz de labios. La imagen de su boca en el espejo parece que se cae.
(como si dijera: “he de morir de cosas así”, pero en realidad dice otra cosa)
Debajo de la silla, Artemio cierra los ojos y vuelve a su indolencia más pura.
(y está bien, porque mirar es buscarle un sentido a lo que no lo tiene)
Sabe que la mujer va a abrir la puerta y se va a ir sin haber ladrado ni una sola puta vez.
(y está bien, porque hablar es querer darle un sentido a algo que jamás lo va a tener)

Detrás de la mujer y de la puerta, en la cocina, desde el suelo y debajo de la silla, Artemio alcanza a oír el aleteo y a los pájaros abrevando sus picos en el hueco que dejaron los ojos de ella.
(y claro que se siente más seguro ahora que los pájaros y el dolor se han hecho realidad)
La cabeza de la mujer pasa de a pie por la ventana. Su cara es un desastre sin ojos. El frío le espesa el aliento -parecen nubes blancas.
Si Artemio la viera, diría que esas nubes son los globos de diálogo de toda esta historieta.

Pero el perro tiene los ojos cerrados. Sueña que ella no existe, que alguien así no puede ser, que es imposible.

(lo que duele es que no se canse)

Hasya

febrero 24, 2009

Escrituras y fórmulas para atrapar una abstracción cualquiera hasta que no se pudiera más y entonces…
…para qué era que debíamos decir la soledad?

– Te juego un juego. Es todo o nada.
– Dale.

Cada vez me fascina más la efigie de lo vano. Lo importante me tienta un poco todavía, seguramente porque me señala el quiebre y, desde ahí, la distancia. Pero es lo trivial lo que me lleva al vaivén que va del abuso a la saciedad, hasta quedar desorganizada a un costado, plena de indiferencia, como quien se dilapida en un sueño suspendido.

– Tan triste y aún riendo. Eso es lo que más me gusta de vos.

Aprovecho esta luz accidental para ponerme a pensar si será de noche o verano ahí adentro y a fotografiar este ligero registro del límite para, de ahí en adelante, ir para allá – cualquiera sea el allá- con mucho más cuidado.

– Hay que crear un estilo nuevo para cada obra para no terminar esclavo de la seguridad que define.
Sin esa búsqueda de lo Otro, sin esa purga del carácter, quedaríamos expuestos al pacto que siempre, indefectiblemente, hace alejar al precipicio de su pobre víctima.

Yo he oído tanto sobre las cárceles en las que se han viciado todos. Todos intentando decir lo mismo con mayor o menor brío, tino o talento.
De eso no se escapa.

– Digamos que poco o nada me costaría rehacerme esta vez -las costumbres son arados. Sin embargo, rehacerme, no es otra manera de hacer continuar en mí un pasado inmodificable?
Para qué seguir si seguir es repetirme incapaz de entender el acto consumado de esta nueva catástrofe?
– Porque en cada nueva creación existe un presente puro que nos permite jugar a que las reparaciones son posibles.
– Un presente almacén que le daría un sentido a la nada?
– No, mi querida, con la iniciativa lo único que hacemos es jugar.
– Un ejercicio aparentemente inútil.
– Inútil pero entretenido. Se trata de calmar al sedicioso que tenemos acorralado en el escondedero de la desolación, orgulloso de su sufrir, simulándole que podrá acomodarse algún día a esta nueva nada, otra vez tan recurrente.

– Bueno, dale. Empecemos.
– Tan triste y aún jugando. Eso es lo que más me gusta de vos.

Escondido en los Pasillos

febrero 22, 2009

«Me escondo para que no pueda despedirse. Alegre por encontrar la travesura, me escondo. Me escondo detrás de mis párpados al cerrar los ojos, como cuando era feliz y esperaba que alguien me salpicara para abrirlos y reír.»
Carlos Viturro
«Asterión»

Lo hiciste de nuevo. Tomaste una decisión por mí.
Esta vez, que no pudiera despedirme.
(y que no pudiera despedirte)
Te fuiste a escondidas.
Y está bien, porque no despedirnos fue tu Gran forma de hacerme saber que siempre vas a estar.

Gracias, Aste.
(igual, aunque yo sepa que estás, te voy a extrañar tanto)
Te quiero
Te lloro
Vig

Funny Girl

febrero 6, 2009

«Pero peor que peor,
lo que le pasa al perro Goma
que cuando se rasca se borra
que cuando se rasca se borra.»

Omar Argentino.

Nunca fue fácil. La presencia de los lobos nos acobardaba -nos acobarda aún hoy- y no habíamos decidido si íbamos a volver, o derecho a atravesar los blancos dibujados con las tizas que el bienestar tarjetero nos había dejado como migas mientras nos pasaba por arriba.
No recuerdo quién de nosotros, una vez muertos los lobos (o esquivados), fue el que aceleró, se adelantó, dibujó los blancos y volvió corriendo sobre sus pasos para convencer al otro de que los atravesáramos juntos. Tampoco si yo -de los nervios, supongo- me puse a hacer sombras de animales con las manos, o a tomar distancia como solía hacer cada vez que aparecían los lobos.

– Cómo piensa contarme su historia si no se acuerda de las cosas?
– Es que son datos anecdóticos y sin ninguna importancia. Qué más da si fui yo, o no, si acá el tema es que el bienestar nos sacó varios cuerpos y que adelantarnos a cada rato para dibujar en el mapa los blancos a traspasar nos llevaba más energía que correr guiados por los olores de los lobos?
– Pero debería usted recordarlo. Fue parte de su historia.

(dicen que quienes no guardamos ni convocamos, y dejamos desaparecer los recuerdos, nos quedamos desprovistos y vacíos, dependientes del futuro, porque el pasado no nos pertenece)

– No lo creo. La memoria tiende a ser despótica, invasora y excesiva.

La cosa es que a pesar de lo demorados que íbamos y de las ausencias extremas que los dos llevábamos encima, llegamos a tiempo (ahí adonde las paralelas se unen) para ver al verdugo vestirse de ceremonia: Una a una –pudimos verlo muy de cerca y casi vivirlo en carne propia- se acomodaba las navajitas.

(los verdugos también tienen toda una historia con el tiempo y los apuros que nunca celebran, porque los apuros vienen de la necesidad del sujeto de buscarse a sí mismo, y sabido es que a los verdugos sólo les interesa saber si durante la ejecución tiene pensado llover («don’t rain on my parade!») o si pueden salir tranquilos, sin miedo a que se les corra el maquillaje)

– Y por qué no los escribe? Si para eso, en el afán de conservar los recuerdos, el hombre inventó el tiempo y la escritura.

(y escribió, sistemáticamente, por siglos, cada detalle de su historia, cada dato, cada sensación)

– Para conservarlos o para reinventarse?
– Véalo así: Al escribirlo, se volvió un productor de la exteriorización de sus recuerdos.
– Eso es inexacto. Los recuerdos son inasibles: la memoria siempre exagera los contornos.

(y los negros, y los blancos…)

En realidad, nosotros éramos de los que opinan que la esencia de las acciones está en la previa, en la preparación del momento, y no en el momento en sí. Por eso es que vivíamos a mil, yendo de una celebración a la otra, buscando los camarines de los verdugos y –claro que dependiendo del sistema en el que estuviéramos inmersos- también de los payasos. Verlos maquillarse era el premio a todos nuestros viajes. La búsqueda misma del vínculo entre la preparación como tránsito –o trance- y la muerte –o la carcajada, vamos- como hecho final.
Si yo hacía animalitos de sombra con las manos, o tomaba distancia escondiéndome en mi hombre, si había sido yo la que corría a dibujar, o no, quiero decir, recordarlo ahora, qué sentido puede tener?

– Yo creo que hay un tiempo para guardar y un tiempo para olvidar…
– Todo es olvidable.
– …y uno para apurarse y otro para llegar.
– Pero si nadie nos espera, por Dios…!

Vimos en detalle todos los principios y todos los antes de todos los principios. Era una delicia vernos mendigar y relamernos como gatos los restos de la Gran Sardina Creadora. Un deporte bien resuelto para nosotros que siempre habíamos vividos limitados por cuestiones económicas o de geodesia.

– Pero ahora ya ni eso. Ni esa curiosidad nos queda. De hecho, yo creo que ya no tengo estómago para estas navajitas. Y sin embargo, no pasan más de cien noches sin que extrañe ese fulgor. No las cuento una por una, porque eso de contar es parte de lo que le decía de la memoria. Como cuando hay que contar las sílabas para poder decir que algo es poesía. Dígame si no es ridículo!
– Yo creo que no.
– Usted es de los que estudian el Origami? De los que leen en detalle las historias que otros escribieron para protegerse?
– Es más entretenido y útil que olvidar.
– Claro. Leer en lugar de olvidar. Es lo que ellos buscan. Fecundarnos con su producto. Objetivan los recuerdos, literalizan su memoria para alienarnos y que nosotros los regestemos. Ese es su método de conservación, entiende? Nos invaden, nos embarazan de su producto plagado de fonemas intrigantes, fonemas de vanguardia, activos y pasivos esmeriles. No lo ve? Por favor, que está clarísimo!
– Entonces, es por eso es que usted ya no lee?
– Leer? Leer es lo de menos. Lo que importa es olvidar. Acá no pueden hacernos nada. No entiende? Cuando yo me olvido, acá llueve. Entiéndalo de una vez. Léame bien: Cuando yo me olvido, acá llue-ve!

Alteridad Lévinas

enero 21, 2009

Cuando hayas entendido la primera frase, lo habrás entendido todo.

Debe ser blanca o amarilla. O rosa pálido, la rosa. Así comienza el cuento de atar.
Cuando llegues a atar, conocerás, comprenderás y serás todas las cosas selladas.
(pero antes deberás enseñarles a caminar a las muñecas, a pintar a los mancos, a cantar a los bailarines, a secarse a las nubes y a llover a la tierra)
Atar, atar es imposible.

– Qué lástima que yo sea paralítica…
– Mejor que seas paralítica, así soy yo quien te pasea.
– Qué bueno eres, Fando…

Citar no existe. Mentir y decir es creer que siempre hay solución para los juegos. Pero esto no es un juego.
Desde el coro todos los títeres hablan de papeles y de volumen:

– Si cuando se incendia la música tu único interés es saber quién toca, estás perdido, Fando. Todo tiene una zona, un lugar adonde entrar. Solamente hay que esperar que te inviten. Es sólo cuestión de tiempo.
(y tiempo es aquello que nos ocupa cuando nuestro espíritu descansa)

Cuando arde la música el títere es obligado por La Gran Tijera a dejar de refugiarse en la dualidad de los hilos:

– Lo que importa es saber adónde va el viento.
– Lo que importa es saber de dónde viene el viento.

En el zoológico las mujeres se disparan, le sonríen, te desnudan:
– El cerdo está crudo. En lugar de comerlo, lo podemos besar?

Es barato divertirse en un zoológico de títeres. Uno se mira la mano, los huesitos, y se ríe. ¿Porque nuestras manos son verdaderas? No. Nos reímos porque nuestras manos se mueven igual que las de ellos, como movidas por otro.
(nuestras manos, además, parecen arañas)
Una vez alguien me habló de alguien que le había puesto manteca en las manos a un títere para pedirle después que se subiera a un trapecio.
Algo falla cuando nos reímos de la ironía que debería hacernos llorar.
(pero es que todo es tan gracioso!)

– Agoniza la perfección!
– Oh, qué maravilloso espectáculo, Fando! Nadie revienta mejor que ella…

Cuando llegues a atar, morirás. No importa el modo.
(la música y las luces se apagan dos veces en los cementerios)
El humo, o es poco, o es niebla. La noche llega como si se descolgaran velos grises, uno sobre otro, hasta taparnos del todo.
Cuando llegues a atar…
Cuando llegues, quedarás suspendido, amplificado en vos. Cuando llegues a atar, podrás mirar a través de las vitrinas del museo a La Maravillosa Alteridad.

– Yo me acordaré de ti. Iré a verte al cementerio con una flor y un perro. Quiero hacer muchas cosas por ti.
– Cuántas?

(una punción en la lengua pudo haberlo salvado, pero Fando no la dejaba quieta)

– Cuando miento, Fando, mi lengua queda apenada. Se seca, se agrieta, se descascara. Cuando miento, Fando, me ataca una aridez en la sangre tan grande como México.

Escribieron tantas veces sus nombres en el cuerpo del otro que se resultaron ilegibles.
Ella no quiso explicarle más nada. Fando tampoco preguntó.
Daban ganas de llorar.

Carnita

enero 16, 2009

Yo nací vaciada de origen. Todo se redujo a un accidente, a un ensamblaje aleatorio de circunstancias en el que quedé como mera observadora de lo colectivo.
Como quien se extrema desde la placenta sabiendo que la herida no va a cerrarse, los vi irse y llegar a todos sin nombre ni despedidas. Desapegada de los actos, para qué interesarme por nada? Una perpetua dejación (demasiado obscena tal vez) de la curiosidad que nunca tuve y del conocimiento al que nunca aspiré. No puedo separar mi desinterés de mi comportamiento. Considero un ejercicio inútil investigar si lo que se busca es caer en el hueco avaro del Otro y, solamente, concurrirlo.

Levanto los ojos y lo veo todo. Un lugar privilegiado. La escena dura unos pocos minutos. Ellas arrancan, tironean, engullen. Luego desaparecen. Se van igual de volando que como llegaron. Los Otros también desaparecen. Se renuevan. De ambos bandos. El teatro bidireccional es lo que más trabaja cuando todo descansa.
Busco algún resto de pelo o de sangre. Otro me llama. Es gratis, me dice, y me señala un visor panorámico. Voy. Exploro con mis nuevas (y gratis) lentes las restingas. Por entre las grietas se cuela la creciente y yo quiero tocarla pero, aunque ahora se ve más cerca, sigue lejos y además están las barreras (y el respeto hacia ellas, claro).
Otro me apura y yo bajo un escalón y cedo el lugar ante el visor. Sólo es comida de gaviotas, pienso. Nada más que eso. Nada más que comida de gaviotas.

La fauna y sus muertes. Debí sospechar que tanta fauna a morir ante nosotros era un presagio disgregado.
Por qué la muerte se demora tanto en ejecutarse sobre ciertas cosas? Lo explícito del frío hasta en las plumas más profundas nos ajena del verbo. Hay un descompromiso que fluctúa entre la memoria y el temor al arrepentimiento. La desatención vs. La curiosidad rígida. Querida, no te subas, me soplan al oído. Sin embargo, la memoria de los órganos de a ratos funciona y trae la pausa del golpe.
Se vive para eso. Para ese instante, el de la partícula que castiga o recompensa.
Nadie habla nunca de la Otra belleza.
Algo me distingue de las Ostras. Es gracioso.

Cómo que no hay fotos? No. Pero te acordás de todo? Casi. Es que todo era inminente. No había tiempo para fotos. Qué tal por acá? Nos cortaron el teléfono. Está bien, hay que dejar de usarlo de vez en cuando. Y vos qué pensás hacer? Me vuelvo ahora. Y tu equipaje? Es todo esto redondo? Te parece raro? Una Orca. La forma, no sé, una Orca. La forma? Las formas se agotan, se redondean, el sueño se agota, la voz se redondea, todo. Si. Y tu sábana? Llevás tus sábanas? Si, y dejo la espátula. Mejor. Decime si algún día necesitás que te peine de la tapa de la mesa. Seguro, pero ahora contame sobre vos. Contame lo que quieras. Las ovejas? Las ovejas pasan de a montones. Cuántas son? No hay fotos. No? No. Qué puedo esperar, entonces? Otra vez? Cerrá los ojos y contame. No pienso cerrar los ojos. Bueno, decime entonces qué querés ante la muerte: la apretada insignificancia de lo serio o la carcajada completa?

La tangente del Lagarto

diciembre 24, 2008

A veces creo que es mejor callar que desaparecer aplastada por las criaturas horrorosas que cuelgan del arbolito.

Saber quién es el dueño de la paternidad, nos salva.
Al menos sabemos que alguna vez alguna cosa nos hizo comenzar.
Antes de eso, éramos serpientes adentro de una canasta (cuando las canastas duraban más de la mitad de la vida) gozando de la lascivia del doble límite.

Alcanzó tu nombre (su sonido) a mis ojos (sólo a mis ojos) y algo se conmovió un poco.
Y dije.
Y luego seguí descansando.
(lo considero un gesto suficiente)

– Si acaso hubieras venido, no habría dicho lo que dije.
(la distancia, para esas cosas, todavía es un amparo)

Supe esperar el momento, ignoré a la impaciencia con delectación. Ese goce me mantuvo viva.
(hay acciones que nadie se atrevería a usurparme, pero yo ya doy por pagada mi deuda y puedo decir que soy capaz de engendrar sin engendrar y de destruir sin hacerlo)

– He salvado mi equilibrio.
(hoy yo podría ser la peor compañía para los muertos)

«Cuando esta noche empiece a llover, cuando el hastío me (oh!) abra los ojos y me coagule la mirada, ruego que ya nada, ni vos mismo, nos interrumpa el diálogo, amor mío.»

Y ya que hablamos de diálogo, podría escribir un pequeño diálogo, quitar de la escena las coincidencias y los buenos y malos entendidos y después armar una película con lo que va quedando. Con los recortes de una historia dialogada entre un mendigo y una equilibrista, ambos bajo las órdenes de un director seriamente trastornado por su madre, que estaría siempre en primera fila, dándole al flash, para que el pobre infeliz no la pierda nunca de vista.
Eso es la literatura, Señores!

(y Señoras, claro…)

Pero como de mi gusto por la fotografía nació mi antipatía hacia la literatura no voy a escribir tal diálogo ni nada que mencione a la equilibrista ni a la madre de nadie, que puede ser la de cualquiera, hasta del director.
(en definitiva, todas las madres son La Madre)

De verdad no creo que escriba nada sobre la equilibrista.
Tampoco creo que hable mucho ya. Me preocupa decir la misma cosa siempre, una y otra vez.
(la gente no quiere oír siempre las mismas cosas)

– La gente no quiere ver siempre las mismas cosas.
– Gente… gente…
– Si. Gente.
– La tal gente saldría del cine ciega -a tientas- tarareando mis canciones! Y yo me convertiría en una mujer audible! Audible, entendés?!
– Y si en vez de audible fueras un lugar?
– Y si fuera una cosa? Una sóla y única cosa?
– Existen las solas cosas?
– Siempre igual vos…

(si yo fuera un lugar, sería todo aquello que está afuera)

Taxidermística (Door Chime Chim Chimney)

diciembre 15, 2008

El mar se arrincona en la costa.

Penélope se desquita. Nada le hace sombra.
Salto mortal sin redes posibles. Lo siente todo.
Ella quiere no mentir y busca cómo ignorarlo.
Mientras soporta. Mientras se esfuerza.
Apenada. Mucho. Muchísimo. Y luego el callo. No hay triunfo.
Izará las velas.
Será amada. Dios hará que el hielo se le suavice en el alma.
Ella le canta. Dejará su ropa. Seguirá la corriente.
El amor brindará por el desnudo.

Taxidermística (Unglassed)

diciembre 12, 2008

El mar ahorra sólo en una cosa.

Penélope descorre la sombra. No la deja hacer.
Salta, mortal, sin modo de sentir que todo es posible.
Ella no ignora qué quiere. Lo hace mentir. Lo busca.
Mientras soporta. Mientras se esfuerza.
Por nada. Mucho. Muchísimo. Y luego encalla sobre el triunfo.
Izará las vendas.
Será almohada. Suave deshará el hielo de los desalmados.
A ella le encanta. Una copa dejará en la corriente.
El amor no tendrá con qué brindar.