Ellos también son y se mueven. Los casilleros también arden desesperados por que alguien los llene de fichas, todas en equilibrio fluctuante, todas en jaque continuo. Carne fresca. Sólo soy observador de todos esos juegos. No hago nada más que alimentarlos y verlos comer.
Aprendí mi primer oficio a la edad de un mes y medio. Dos oficios más a los tres años. A los cinco ya pervertía los signos de casi todas las cosas.
Muchos oficios pero nadie se da cuenta, quizás porque a veces actúo de manera aficionada, sin compromiso, no lo sé, pero es más cómodo después de todo, hacer las cosas sabiendo que podemos detenernos en cualquier momento. Y mi momento es siempre la hora de la responsabilidad.
Ahí es cuando me disgrego, supongo que por pose.
A nadie le gusta cuando lo hago ¿sabe? pero si me entablan debates o me demandan yo me vuelvo invisible y sin siquiera tener que desaparecer.
En las relaciones forzar y decretar tablas no es nada del otro mundo, es sólo cuestión de hacer que se repitan las jugadas como se repiten los sueños. En definitiva, los casilleros no son tantos, como tampoco son tantos los sueños.
Yo siempre sueño que abro el telón y que espero sentado en mi butaca a que todo esto deje de suceder. Es mi sueño más frecuente, de los más definidos, de esos que uno recuerda como explosiones a lo largo del día en las que cada esquirla es una pincelada más y cada detalle que se completa reconstruye una nueva esquirla mucho más grande.
En mi sueño yo abro el telón y espero. Me concentro en la obra. Mucho me concentro, sabe. A veces pienso que si pudiera en esos momentos me despojaría de toda idea previa, pero es imposible, uno es esclavo de esas cosas.
Me concentro, le decía, y enseguida me doy cuenta de que la obra intenta desintegrarme. Trato de defenderme quitando la vista del escenario. Así he logrado obstruir muchas batallas. Pienso mucho en eso.
– Al quitarle la vista le quita valor.
Un simple desprecio aleja las manías de preguntar y de responder. Es una manera práctica y efectiva de salir de ahí.
– ¿Preguntar y responder son manías?
¿Cuántas veces tengo que decirle que no sé cómo decir de otra forma todo lo que le estoy diciendo? ¡Claro que son manías! Como leer un libro con un lápiz en la mano para subrayarlo, para anotar al margen. Claro que no sucede con todos los libros pero cuando sucede es desesperante la necesidad de tomar posesión. Con las preguntas pasa lo mismo. Y también con las respuestas. Todo es un ajedrez.
En mi sueño sólo sería cuestión de levantar la cruz de madera, desenredar los hilos y manejar los trebejos como si fueran marionetas, pero por alguna razón no puedo hacerlo.
– Prosiga.
A veces el sueño cambia, empeora, y la insistencia de las preguntas me obliga a ser egoísta y a mostrarme en todo mi esplendor. En esos casos las preguntas intentan poseerme y no responderles es mi modo de preservarme. No me doblegan, nunca lo logran, sabe, y entonces en mi sueño me aparto de lo que queda de esa noche magistral de teatro. Me retiro, retrocedo. Ofrezco piezas sin valor. Humo gris. Intento escapar de la sala, del pasillo. Todos me persiguen. Bajo las escaleras, enderezo las luces y los cuadros y sigo corriendo. Corro hasta una esquina. Ahí me espera un carro al que le ato un globo aerostático. Me trepo en él y comenzamos a carretear. Unos metros después, se eleva. Contengo la respiración. Sigo volando unas cuadras más hasta que ellos se cansan de correr y desaparecen. Vuelvo a respirar pero me ahogo, toso. Cada letra que regurgito cae y quiebra una baldosa. Es un discurso brutal y siniestro.
Entonces me duermo en mi propio sueño y descanso un poco aún sabiendo que mañana estaré hablando con algún otro que querrá otra vez revelar todas mis poses.
¡Un juego tan estúpido es tratar de entender! Siempre resulta en un final absurdo. Por suerte es sólo un sueño y los sueños no duran demasiado.
– No pueden durar demasiado si tenerlos es siempre detenerlos.
Nadie los detiene. Ellos simplemente se cansan antes que yo.
…
Para el paciente, preguntar es intentar poseer y no responder es preservarse. Su historial clínico espera ser unido por algún fervor literario en un relato medianamente descifrable. Nunca alcanzará a ser libro y no por falta de calidad sino porque él mismo así lo solicita.
(para mí es suficiente bajo este formato, para otros sólo será evocable el día que su historia se deje domesticar como un perro cuyo lomo sepa describir una posición entre aquellos bellísimos ejemplares en los estantes de la biblioteca)