“No me lleves a sombras de la muerte
Adonde se hará sombra mi vida,
Donde sólo se vive el haber sido.
No quiero el vivir del recuerdo.
Dame otros días como éstos de la vida.
Oh no tan pronto hagas
De mí un ausente
Y el ausente de mí.
¡Que no te lleves mi Hoy!
Quisiera estarme todavía en mí.”
Macedonio Fernández
El primer disparo nos arranca de la noche, como un latigazo, al vacío que antecede al miedo. La tinta enemiga salpica de enredos a todos los idiotas. No se siente el dolor, pero cómo lastima. Adentro, el viento atormenta a una estrella fugaz que espera no perderse en el desierto convertida en una gran olla de vidrio.
Vemos desde una fe estroboscópica caminos empapados con fantasmas heridos. Ofrecemos los saludos colaterales como única previa al olvido anual. El tacto siempre es eficaz para los asuntos a diferir.
La segunda descarga nos encuentra con un color de pelo nuevo, ardientes y con los dedos repitiendo. Ahí es cuando más nos parecemos a un sabio, perplejo él ante la carta de postres. Flan o budín de pan? Crema o dulce? El humor intacto y nutrido en el buen silencio de muñeca se deja adoptar por el mejor refrán del mercado, ese que nos ayudará a iniciar la guerra fría del nomenadies. Podrá la Mona Lisa algún día comulgar con el sacramento de la risa sin sentirse amenazada? Humores grandes sin partes móviles ni piezas pequeñas que puedan ahogarnos, son bienvenidos. Agradeceré. Recompensaré. No son bienvenidos en cambio los amores, porque los daños que infringe el amor sobre las almas con recursos insuficientes o en los corazones reacios a la calistenia mental (o elemental) son menores, pero a la gente como nosotros puede matarla a fulminazos.
Y eso no le hace bien a nadie. Mucho menos a la gente como nosotros.
Momentos antes del tercer corcho, se acercan las palabras que aparecen como moscas con cada mutilación. Las putas surgen de la nada para saludar y preguntar por tus cosas y sobre qué haremos con lo que nos quedó de la amputación, que si fuera amor derrocharíamos sin culpas en un Universo paralelo al de los pretextos, pero que no siendo amor, es sólo un resto humano a definir. Y ellas quieren saber. Podrías disfrazarte de mesa para no perder el equilibrio, sugieren. Que podríamos sentarnos ante el mostrador de la sed hasta que cicatrice la mirada. O tal vez, como un desgarro fijo, tenso, extenuante, fisurarnos en secreto.
Sin embargo, qué saben las palabras? No tiene sentido que salgamos del momento para alimentar melancolías. Deberíamos, digo yo, aprender a quedarnos de vez en cuando, algunos días, en el interior de lo que somos ahora. Porque afuera está la escarcha intacta del invierno que no termina de irse entumeciendo todo lo que no supo cuidarse y, en cambio, adentro, muy adentro, la esperanza de que todavía tengamos algunas cosas que perder.
Podría contar quién era yo esta mañana, pero qué sentido tiene si ya debo haber cambiado algunas cuantas veces desde entonces. Solo sepan que sigo con el deseo dominical apilado, inerte y con el vicio de la pregunta moderado por las musas no invitadas a la convención del sigilo, con ser luna como actividad pendiente para mi lado oscuro, con las paredes convertidas en palestras, el sentido atento y con la punta de mi lengua como trampolín humano hacia el más abismal de los suelos.
Hagan ustedes su mejor 2008. Un año con 25 horas extras no puede salir mal. O al menos, no debería…
Salud!