El frío ha sido atrapado en este infierno
De enredadera que tapa la puerta, la salida
No necesito otra técnica para perderme de vista.
Que mis necesidades básicas no fueron cubiertas, me aclara mientras hace su ademán. Y que la carne roja no alcanza.
Después comienza a romper el pan, a introducirlo en el café con leche y a no convidar. Lo sumerge y lo aplasta y lo empuja hasta que se hace una pasta grumosa, cómoda para arrancarla de a cucharaditas y, sin gotear, llevársela a la boca.
Entonces yo le cuento que en el casillero que lleva mi nombre también hay una montaña que crece con la música, un vino respetable que nunca me fuerza y una cuerda que sólo uso para desatarme; que la montaña se acerca, que la soga huele a manchas de un animal de pupilas enormes y que lo del vino en realidad no importa.
Porque puede ser que me hayan visto pasar, pero nunca como un suspiro que fuera a anidar en ninguna parte. Porque puede ser que me hayan visto, pero siempre con el collar bien apretado a la garganta.
Necesidad fraticida insatisfecha, declara. Y ajusta. Y esta vez también lo anota en su cuaderno; pero yo le explico que ese deseo se ha ido pixelando con los años y que a los rezos ya los repatrié desde estos cuatro ángeles centenarios que ya no me representan aunque sigan alentando sentados en mi cama, cada uno en su arista, los cuatro esperando que algún día y de una vez por todas yo me quede dormida.
– Ellos fracasaron- le digo- ellos hacen frío. Desde que duermen conmigo que amanezco celeste. En esa habitación hasta los veranos se hielan. Si ellos no hubieran estado yo lo habría hecho mejor.
– Cual fue tu error?
(ella nunca se cansa)
Mi error? Cómo sonaría mi error si existieran palabras?
(debería confesarlo pero es tarde aunque sobren los minutos)
– Yo no sé nada – le miento.
(no seré yo quien otra vez siga de largo para que mi niña se avergüence de su piel de tierra y de sus manos de mandarina. Ya una vez quemé mi bastón junto a los barcos y no voy a hacerlo de nuevo)
Insiste
(podría ser cariño, pero sostenerle la mirada a un escorpión quema en los ojos).
No creo saber levantarme, pero sabré morirme a través de sus cuadernos que vivo como trámites.
Para qué insistir, para qué tanto drama sobre el filo de la nada?
Si se detuviera mi corazón, no me daría cuenta.
El frío llega a mis dedos y sé que si los froto volverán a desprenderse. Soy los segundos por los que caen al abismo la incertidumbre y la tierra firme. El día me fue dejando a oscuras, ya no hablo y con las manos tejo nidos tan pequeños como inútiles. Una mezcla complicada entre hormonas y sedantes para pasar la noche esperando que se abra el techo y entre el aire o uno de los cuatro vientos capitales, el más veloz o el que haya comenzado antes.
Cuando presentí la verdad decidí que los iba a dejar engañarme y, como en un teatro higiénico y destilado, me besé la cruz y comencé a perder el tiempo sanamente, sin preocuparme por el fragmento o por la parte. Una ficción de mirada holística sobre el tiempo que pasa en simultáneo sobre todas las cosas como único modo de evitar la mimesis del relato.
(mis nietos sabrán entender que corrían actores hirviendo rodando grava por mis venas como claves para vivir, como posibles fugas, como una manera de salvar de la inseguridad a mi delicadísima y precaria síntesis)
Ella escribirá:
“La experiencia no la ha vuelto más inteligente, sino menos espontánea. Haber aprendido a resistir, saber que sobrevivirá no la hace sabia, sino peligrosa. El riesgo ha crecido en los últimos días”.